3.14.2007

El día que conocí el lado oscuro de la luna...

Luego de que Albert Hofmann lograra, por accidente, llegar a un estado de conciencia nuevo e inexplorado, las artes, sobre todo la música, se volcaron hacia una nueva estética: introspectiva y de resultados complicados para los sentidos.

La historia de las artes del siglo XX (sino es que toda la Historia) puede dividirse en antes y después del LSD.

Aunque la música siempre ha tenido una relación muy íntima con las drogas, el LSD ha sido su amante predilecto. Surgieron los géneros más plásticos jamás imaginados por los puristas del sinfonismo. Germinó una nueva música, instrospectiva, dedicada completamente a la nueva categoría de viaje: el interior, llamado así porque la nave ideal no es siquiera el cuerpo, sino la química que resulta de la interacción corporal con sustancias concebidas para ampliar los horizontes y umbrales de la percepción.

Así las notas se convirtieron en agravantes de esa exploración química alucinante. La música se convirtió en motivo y sustancia para la experimentación en otros terrenos artísticos. La música y la experiencia tecnológica del estéreo se volvieron por una época inspiración per se de artistas en todas las disciplinas.

La música se volvió de colores, y más que formar parte, provocaba y producía los viajes más vertiginosos, los más reales, los más profundos.

Hay un orquestador. Un líder, un guía en toda la expresión de la palabra. Él ha logrado confeccionar y rediseñar el viaje. En un ejercicio de impecable aplicación de las nuevas tecnologías audiovisuales, ha logrado crear las más aguzadas alucinaciones y experiencias extra-sensoriales… y sin necesidad alguna de utilizar sustancias prohibidas: no fue preciso el psicotrópico de Hoffman.

Roger Waters, artífice, mente única, creador erudito de alucinaciones: un radio antiguo, gigantesco, una botella de whisky, un vaso y Chuck Berry de las bocinas. Una escena casual: la botella de algún patrocinador y la música para pasar el rato. Las luces se apagan y suena Roll Over Beethoven. Se ilumina el escenario y su escenografía. Una mano gigantesca aparece para girar el dial del radio en busca de otra estación… Check Berry se desvanece y se escucha la estática de un radio mal sintonizado. Suena más rock n’blues y la mano aparece para llevarse el vaso. El vaso regresa vacío y entonces toma la botella para rellenarlo. La escena burlaba los sentidos: ¿oye, está en dos o tres dimensiones? Ahora estábamos, los cerca de cincuenta mil asistentes, atrapados, hipnotizados… elevados.

Martillos marchando, recorridos por la galaxia… ¿Alguna vez han volado a través de una nebulosa? Un cerdo gigante y la consigna, el grito de una generación revolucionaria que hace link (que no vínculo) con los más jóvenes: Cerdo Bush tira el muro de la frontera… Risas más allá del estéreo (esas de Syd Barret al encontrar problemas en la sinapsis), helicópteros y cincuenta mil personas de pie, ovacionando al director de esa alucinación: Rogelio.

El momento paroxístico de la noche perfecta. La tecnología láser llevada a terrenos del arte: un prisma recibía por uno de sus lados luz blanca para descomponerla en los siete colores primarios… una escena impresionante, idéntica a la portada del disco interpretado, de pe a pa, The Dark Side of the Moon. Luego el prisma gigantesco giraba ofreciendo el rayo de luz blanca a la última fila del Foro… al dar la vuelta el abanico hepticolor, enorme, recorrió y atravesó a todos los asistentes, revelando a todos el secreto, descubriendo nuevos significados al mito del tesoro al final del arcoiris.

Todo marcó la perfección. En la pantalla se mostraba el lado oscuro de la luna y el cielo, raro entre tanta polución, nos regalaba la redonda brillantez de la luna y el único lado que le conocemos. Estrellas en el cielo y en la pantalla alargadas a la velocidad de la luz, mutadas en listones de colores recorriendo la inmensidad de la galaxia.

Así pues, el coro de miles de mexicanos interpretó majestuosos temas de los cuales jamás olvidaré Mother, Shine on you crazy diamond, Wish you were here, Sheep, el Dark side of the moon completito, Another brick in the wall, y el final, paroxístico, increíble: Comfortably Numb.

Así pues, esa noche descubrí que el lado oscuro de la luna es más brillante que el que conocemos. Aquellos que lo han visitado no me dejarán mentir.


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