El jazz es, me atrevo a afirmarlo, de las únicas manifestaciones artísticas inspiradas en la libertad. No esa libertad a la que cantaron los judíos exiliados en Babilonia (versos guardados para
El jazz es libertad. No aspira a ella. No la anhela. El jazz la representa, el jazz la posee, la ejecuta y, sobre todo, la produce.
A diferencia de otras artes que aluden a la libertad como base de su teoría-propuesta estética, sólo en el jazz adquiere el peso específico necesario para definirse, reinventarse en él mismo.
El jazz centra su creación en el momento único e irrepetible de la ejecución, es decir, lo más importante de la escena es el ejecutante… El intérprete recrea libremente temas en cada ejecución: la melodía pasa a ser un pretexto para desarrollar una posible interpretación de la misma…
No hay otro género que haya logrado escapar con todas sus mutaciones, caprichos y experimentaciones a las limitaciones de la industria cultural: definitivamente contraria a la individualidad.
Mientras el jazz otorga todo el valor de su movimiento estético y artístico a la libertad intelectual del compositor, a la unicidad interpretativa del ejecutante e incluso a la soberana exégesis del escucha; la industria cultural avanza hacia la homogeneización, estandarización y confección de una masa incapaz de realizar análisis y asimilaciones propias de cualquier cosa que salga de ella.
Entonces el jazz es el opuesto a los fines grises de la industria cultural, de los medios masivos y de la férrea comercialización de todo por todo y en todo.
Por eso hay quien, de verdad le teme a la síncopa, a la improvisación y, sobre todo, a la libertad del jazz. No es tanto el miedo a la estridencia como el miedo a la libertad. Líbranos de todo jazz, queremos seguir pensando que de verdad elegimos lo que escuchamos.
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